El cerebro de Einstein y la idiocia de Artur Mas


Hans Albert Einstein falleció en el hospital de Princeton a primeras horas del día 18 abril 1955,  durante la autopsia, el patólogo Thomas Stoltz Harvey extrajo el cerebro de Einstein para conservarlo -sin la autorización de su familia- con la esperanza de que en el futuro se pudiese saber que hizo a Einstein ser tan inteligente. Sabemos que el único dato científico relevante obtenido del estudio del cerebro del genial físico es que una parte de él -la parte que está relacionada con la capacidad matemática- era más grande que en otros cerebros. La neurocientífica Sandra Witelson desveló en 1999 que el lóbulo parietal inferior de Einstein era un 15 por ciento más ancho de lo normal.

Es sabido es que la sociedad occidental posee una herencia cultural, fruto de las costumbres asimiladas y naturalizadas por nuestros antepasados. Los griegos consideraban idiotas a quienes no demostraban interés por los asuntos de la polis, derivando etimológicamente de aquella definición todas las acepciones médicas incluidas en la idiocia como patología humana. En el pasado helénico la idiotez se asociada a la falta de involucramiento personal con los intereses colectivos; el presente subordina el concepto a la tipificación médica.

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Es probable que una de las mejores definiciones de la estupidez esté en la obra Understanding Stupidity (“Entender la estupidez”) de James Welles, que la describe como: «La corrupción aprendida del aprendizaje«, y añade que su mecanismo «… se sustenta sobre prejuicios lingüísticos y normas sociales, mediante la paradoja neurótica y establece un sistema de retroalimentación que conduce a conductas mal adaptadas o excesivas«.

Es difícil confiar en que haya otro Thomas Stoltz que se le ocurra algún día conservar el cerebro de Artur Mas en aras de un hipotético avance de la ciencia necrológica que arroje un poco de luz sobre el hecho constatado de como un idiota con el concurso de muchos estúpidos, pueda haber creado semejante caos social en un territorio concreto y que amenaza con infectar a los vecinos.

Si a algún forense se le ocurriese conservar los restos mortales del estúpido catalán tal vez se revelase una novedosa anormalidad patológica consistente en que fuese el primer individuo cuya genialidad para el mal no residiese en un desarrollo anormal del lóbulo parietal inferior, sino en el anormal desarrollo del maxilar inferior que haga bueno el dicho de ‘tener mucho morro’ para convertir una comunidad en un cortijo particular, cambinado y superando el 15 por ciento de Einstein, por otro tipo de delincuente porcentaje mucho menos científico.

Definitivamente Artur Mas no es Einstein, por más que ambos hayan creado sendas teorías de la relatividad fruto del anormal crecimiento de alguno de sus órganos. En el caso del primero: relativizando el delito.

 

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